A diario acompaño a adultos en el espacio terapéutico que vienen en búsqueda de nuevos caminos de solución para cuestiones que les afectan desde hace muchos años.
Puedo ver a hombres y mujeres que llevan roles adultos en la vida cotidiana, aunque en el alma coexisten niños cristalizados en alguna etapa de su crecimiento, tal vez ante un hecho traumático como la pérdida de alguno de sus padres o circunstancias de la vida dolorosas en las que han quedado atrapados en algún lugar dentro del sistema.
Desde su profundo amor ciego, estos niños viven en los adultos, con un amor inmenso a los suyos y una gran fidelidad a aquello que el sistema necesitó en algún tiempo para la supervivencia.
Por otro lado, observo a diario a niños que vienen de la mano de sus padres buscando ayuda por algún asunto concreto en particular; miedos, enfermedades, dificultades de relacionamiento, de aprendizaje, conductas desadaptativas. Y en el trabajo terapéutico con sus padres puedo observar cuanto son liberados, en cuanto los adultos hacen consciente su herida, su dolor, su dificultad, y también su posibilidad.
En estos niños puedo observar la fuerza del amor filial, y cuánto va más allá de las generaciones que los precedieron hasta lograr dar lugar en el alma familiar a aquel que ha sido excluido.
Así mismo he podido acompañar procesos en los cuales veo cuán complejo resulta para los adultos moverse de este lugar de amor ciego e infantil, donde por momentos parecen dar pasos hacia la autonomía y el lugar de la adultez, aunque al tiempo parecen regresar con mayor fuerza al niño ciego y amoroso que habita en ellos.
Por otro lado he podido observar en que magnitud están presentes en el sistema familiar tantos niños que no han nacido, y que han dejado una huella de dolor y oscuridad muy profunda y silenciosa, con efectos muy marcados en el sistema, en los padres, y principalmente en los hermanos que vienen luego. Cuán difícil se les hace a estos hermanos encontrar su lugar, tomar su vida tal cual les ha sido dada, permaneciendo en la vida con un peso y una sombra que los excede y los sitúa muchas veces en un lugar de sufrimiento tan hondo…
Soy testigo a diario de vivencias tan dolorosas de tantas mujeres que han experimentado abortos en su propia historia siguiendo ciegamente en el alma a sus madres y abuelas, vivenciando las consecuencias traumáticas y los efectos tan marcados y poderosos en la vida de todo el sistema.
El trabajo personal de ampliar la conciencia nos permite identificar ese amor infantil, esos niños internos que habitan en tantos adultos viviendo instalados en un lugar de padecimiento, enfermedad, desencuentro de sus seres amados, de su presente y su auténtica vida que permanece al aguardo de ser tomada…
Así mismo es posible liberar a los niños pequeños que con tanta devoción vuelven una y otra vez al lugar para el cual parecen haber nacido, al servicio de la subsistencia de sus amados padres y su sistema familiar, aunque esto les implique no vivir su propia vida ni desarrollar su propia individualidad…
Sobre estos niños que no han nacido y que aún están presentes en el alma familiar generando efecto, es preciso mirar que necesitan del sistema, hacia donde miran ellos y de qué forma han estado y aún están al servicio de la Vida.
Este abordaje nos permite profundizar en detalle en las dinámicas ocultas en la relación de padres e hijos, en los entramados invisibles que sostienen lugares de padecimiento, que imposibilitan a los niños pequeños tomar la propia vida que les ha sido dada. Así mismo, nos permite visibilizar a los niños cristalizados que habitan en los adultos sin poder moverse hacia la autonomía, la creatividad y el desarrollo personal y de su sistema.
Es posible mirar hacia lo pequeño y desde allí ampliar la mirada, la percepción y la comprensión profunda del amor y la fidelidad en los vínculos de los niños que habitan en todas las dimensiones del alma para abrir caminos de conciencia, salud, madurez y felicidad.
